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EN DEFENSA DEL BOXEO

EN DEFENSA DEL BOXEO

Se que es inevitable la polémica, se que no gusta a los políticamente correctos, se que es motivo de mil y una infamias, pero yo, amigos, adoro el boxeo y siempre que pueda lo defenderé contra ignorantes y bien pensantes despistados.

Por razones obvias (mi nuevo proyecto cinematográfico se centra en este deporte) estoy más metido que nunca en el mundillo de las dieciséis cuerdas.

Desde que alcanza mi memoria he oído hablar de las gestas del boxeo, de los combates míticos y de los grandes púgiles que hacían las delicias de los aficionados, más tarde pude ver por televisión los primeros combates que se retransmitían después de largos años de sequía.

No dejó de fascinarme el espectáculo, era todo un ritual nuevo para mí, casi una escenificación operística y de paso el deporte más cinematográfico que conozco:

La salida de los contendientes con la música de fondo, la subida al ring, el locutor presentando las carreras y los “nombres de guerra” de los púgiles, los himnos que sonaban y, por fin, el inicio de la lucha. No conocía emoción parecida hasta entonces, quedé cautivado de por vida.

Se que para el lego en la materia todo esto puede sonar absurdo e incomprensible, pero quien ha experimentado las mismas sensaciones lo sabe, es una sensación intuitiva, no racional y difícilmente explicable.

No deja de sorprenderme la buena prensa que tienen las artes marciales en general, no dudamos de su valor educativo, de su belleza estética ni de la filosofía que las sustenta, pues bien, contaré un secreto a voces para el que no lo sepa:

El boxeo, o más concretamente el pugilato, es el arte marcial de occidente. Los griegos lo practicaban como ofrenda a sus dioses olímpicos, era tan místico como pueda serlo el Kung-fu o el Tai-chi.

De acuerdo, es cierto que todo eso se ha desvirtuado desde la época clásica, pero donde hubo algo siempre quedan restos. Sirva como ejemplo una frase que siempre repetía mi padre extraída de cuando practicó el boxeo amateur en su juventud, mi padre siempre me decía: “Mente fría, corazón caliente” (aplíquese a cualquier aspecto de la existencia porque se trata de filosofía Zen en estado puro).

El boxeo es una lección de vida, no me extenderé aquí en hablar de la matemática de sus movimientos, la belleza del rito o el ajedrez dinámico que se desarrolla sobre la lona. Simplemente os digo lo que a mi modo de ver enseña este deporte:

Hay que ser el más rápido y fuerte golpeando, pero, que nadie se olvide, también hay que ser el más rápido y ágil en esquivar los golpes del contrario...

 

¿Hay una lección más precisa?

 

1 comentario

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